1 abr 2014

Un mundo feliz (2)



En primer lugar, si alguien no ha leído las entradas anteriores, debe empezar por aquí y luego seguir por aquí.
En segundo lugar mis disculpas. Una sobrecarga de trabajo y mi próxima paternidad me ha tenido muy ocupado.
Empecemos,
En primer lugar debemos definir exactamente qué es una utopía y una distopía. Si no nos ponemos de acuerdo en eso no puede haber debate, porque partiremos de definiciones diferentes. Tampoco la definición puede incluir elementos subjetivos (no podemos juzgar si algo es bueno o malo en su definición).
Es decir, debemos describir tanto utopía como distopía como una forma de mostrar la sociedad (el reparto de la energía disponible del que hablaba en mi primer post). Luego se deben usar criterios objetivos para definir si es una u otra.
No puedo estar de acuerdo con la definición que da Sara:
Siendo ambas críticas feroces a una realidad presente, su principal diferencia radica en la imposibilidad de la primera frente a la viabilidad de la segunda. La utopía se entiende como inalcanzable, la distopía se interpreta como la posible culminación de una tendencia real. La sociedad distópica guarda inquietantes similitudes con la sociedad sobre la que pretende advertir. La sociedad utópica resulta ser todo lo contrario
No hay imposibilidades, sólo malas implementaciones. Tampoco estoy de acuerdo con lo siguiente:
¿Por qué es la utopía inalcanzable? La sociedad utópica no tiene fisuras, ahí radica su imposibilidad. La utopía no admite errores. Es perfecta, idílica. Un solo ciudadano descontento termina con la utopía.
Dentro de la definición de utopía, debe forzosamente estar la supervivencia de la sociedad utópica. Si no, no es utopía, es una simple idea feliz, una pura masturbación intelectual. Una utopía, con su diseño de sociedad debe incluir los mecanismos encaminados a garantizar su permanencia en el tiempo. Si un solo ciudadano termina con la utopía no lo es.
Hablamos de definiciones actuales, no podemos pensar en el teléfono como aquello que invento Antonio Meucci,  teniendo los teléfonos que tenemos ahora. La definición de utopía (así como la utopía misma) debe evolucionar.
Pero para Tomás Moro esa evolución era anatema en sí misma, ya que por influencia de la sociedad en la que vivía le hacía ver una sociedad estática como el mayor bien posible. No lo es (o no necesariamente).
En ese aspecto, podemos recordar la Gaia de Asimov. Un organismo vivo que incluye a todo el planeta, donde todo está en equilibrio armonioso.  Una de las mayores pegas que le ve el protagonista a la hora de tomar una decisión es que un organismo así tendrá una evolución muy lenta.
La sociedad distópica, sin embargo, provoca esa infelicidad. No en vano, cualquier sociedad distópica se basa en el control de los individuos. En la distopía se ha de impedir que el ciudadano se rebele, en la utopía el ciudadano no desea rebelarse en ningún caso. Sin excepciones. 
Tampoco estoy de acuerdo con esto. En la sociedad utópica debe haber mecanismos para tratar la rebelión de elementos internos. Debe ser elástica o se rompe (y volvemos otra vez al punto de que si se rompe no es una utopía).
Y en cuanto a que en la utopía el ciudadano no desea rebelarse, no es cierto. La presión social no se lo permite, y el condicionamiento del sistema (la educación donde se enseña a ser ciudadano), tampoco. Por lo tanto es igual de condicionado, la única diferencia es el método.
Y en cuanto a un mundo feliz:
Pero su mayor similitud es también su mayor diferencia. Moro nos propone un sistema igualitario, de libre albedrío y equitativo. Huxley, por el contrario, nos habla de un sistema de castas en el que el comportamiento humano ha sido condicionado desde la concepción. La felicidad de los utopianos es innata, la de los fordianos prefabricada. 
El sistema de Huxley es igualitario y equitativo (todo el mundo tiene las mismas posibilidades en su concepción, sólo el azar lo condiciona), tiene libre albedrío dentro de sus capacidades (ese límite lo tiene también en la Utopía de Moro, sólo que el límite es innato y no desarrollado, tanto da). SI la felicidad se produce artificialmente o no, es igual, produce felicidad que el que la recibe percibe como genuina. A una persona que está deprimida y se le colocan electrodos en el cerebro para estimular una zona, consiguiendo que pueda ser feliz, le da igual si la felicidad es artificial o no.
Los ciudadanos de Utopía son genuinamente libres, sin embargo, en Un mundo feliz dicha libertad no existe. Toda respuesta a cualquier estímulo ha sido creada artificialmente en una sala de condicionamiento pavloliano. 
Cualquier educación se produce por condicionamiento. En contra de la teoría del buen salvaje, el hombre necesita límites. Y no hay manera natural de ponerlos.  Y, volvemos a lo hablado anteriormente, seguramente ahora si tuviéramos que diseñar un mecanismo de educación para UN MUNDO FELIZ sería diferente, recordemos la época en la que fue escrita. Ahora se haría mediante psicología o PNL,  la diferencia es que parece menos dañina que la mecanicista. En el fondo es igual.
Señala Radurdin la posibilidad del exilio que nos proporciona Huxley en Un mundo feliz. Aunque a priori pueda parecer una salida para aquellos que no comulgan con las estrictas normas de la sociedad fordiana, lo cierto es que más que una alternativa, las islas son un castigo. Extraigo dicha conclusión de la conversación que, en el capítulo XVI, sostienen Bernard y el Interventor
Aquí Sara me hace una pequeña trampa. Es cierto que Bernard se queja, pero Bernard es un quejica, un Woody Allen muy pelmazo. Helmholtz no se queja tanto:
-Así es como pagué yo. Eligiendo servir a la felicidad. La de los demás, no la mía. Es una suerte -agregó tras una pausa- que haya tantas islas en el mundo. No sé cómo nos las arreglaríamos sin ellas. Supongo que los llevaríamos a la cámara letal. A propósito, Mr. Watson, ¿le gustaría un clima tropical? ¿Las Marquesas, por ejemplo? ¿O Samoa? ¿Acaso algo más tónico?
Helmholtz se levantó de su sillón neumático. -Me gustaría un clima pésimo -contestó-. Creo que se debe de escribir mejor si el clima es malo. Si hay mucho viento y tormentas, por ejemplo...
El Interventor asintió con la cabeza.
-Me gusta su espíritu, Mr. Watson. Me gusta muchísimo, de verdad. Tanto como lo desapruebo oficialmente. -Sonrió-. ¿Qué le parecen las islas Falkland?
-Sí, creo que me servirán -contestó Helmholtz-. Y ahora, si no le importa, iré a ver qué tal sigue el pobre Bernard.
Helmholtz, al contrario que el interventor, valora su arte, y decide deciarse a ello. Y en realidad la sociedad no se opone.
La lectura de "Un mundo feliz" enfrenta al lector con su realidad. Huxley pretendía alertarnos sobre los peligros de la industralización (seres humanos siendo producidos en cadena, Ford convertido en una deidad) mediante la exageración de una realidad ya existente. La sociedad fordiana es una posible consecuencia de lo que sucedía entonces (y hemos podido comprobar que Huxley no iba tan desencaminado. No es, por tanto, una utopía ya que, bajo mi punto de vista, dista mucho de ser idílica o, incluso, imposible.
Como soy un tecnólogo convencido, y la industrialización no es más que otra etapa de la evolución tecnológica, no tengo ningún reparo en afirmar que una sociedad basada en esos principios me parece correcta y liberadora, siempre suponiendo límites energéticos. Si se lima un poco (se hace menos histriónica), puede ser un utopía perfecta.
Pero claro, eso es porque siempre me he visto como Alfa, en mis islas.